10 de diciembre. Martes de la segunda semana de Adviento.

1. Se nota que el pasaje pertenece al «libro de la consolación» del profeta Isaías: sea de él en persona o de un discípulo suyo posterior, llamado «el segundo Isaías», que profetizó en tiempos del destierro.


En medio de una historia bien triste para el pueblo de Israel, tanto política como religiosa, resuena un pregón de esperanza, describiendo con fuerza literaria y plástica los caminos que a través del desierto van a conducir al pueblo de vuelta a Jerusalén, como sucedería en efecto, en el siglo VI antes de Cristo, por decisión del rey Ciro.


Se dibuja aquí como una repetición del éxodo desde Egipto, camino de la tierra prometida. Ahora es la vuelta del destierro de Babilonia. En ambas ocasiones es Dios quien conduce y protege a su pueblo. Pero exigirá esfuerzo por parte de todos: han de ir construyendo el camino, allanando, rellenando, enderezando, como recordará más tarde el Bautista. Un buen símbolo de la colaboración del hombre en la salvación que le ofrece Dios.


El anuncio más consolador es que Dios llega, que llega con poder, que perdona a su pueblo sus pecados anteriores, que quiere reunir a todos los dispersos, como el pastor a sus ovejas. Es un retrato poético y amable de Dios como Pastor: «lleva en brazos los corderos, cuida de las madres». Tiene entrañas de misericordia para con su pueblo. No quiere que permanezcan más tiempo en la aflicción.


No es extraño que el salmo nos haga cantar sentimientos de alegría por la cercanía mostrada en todo tiempo por Dios a su pueblo: «cantad al Señor, bendecid su nombre, delante del Señor que ya llega, ya llega a regir la tierra».


2. Es un mensaje que nosotros acogemos con más motivos todavía al escuchar el evangelio. También Jesús hace un retrato del «Padre del cielo», y lo describe como Pastor con un corazón bueno, comprensivo, que va en busca de la oveja descarriada y se llena de alegría cuando la encuentra. «No quiere que se pierda ni uno de estos pequeños».


Es un retrato que más que con palabras ha manifestado Jesús con su propia vida. A imitación de su Padre, él se preocupa de todas las ovejas, de modo especial por las más débiles, las que se escapan del redil y corren peligros.


No las abandona, las busca, las acoge, las perdona, las devuelve a la seguridad. Es en verdad el Buen Pastor.


Si el Padre es rico en misericordia, Cristo aparece también en las páginas del evangelio como comprensivo, misericordioso, benigno con los pecadores, dispuesto siempre a perdonar. A los dos discípulos «extraviados» que abandonan la comunidad de Jerusalén y, desanimados, se quieren refugiar en su casa de Emaús, el Resucitado les sale al encuentro, los recupera pacientemente y les envía de nuevo a la comunidad. Siempre Buen Pastor.


No ha venido a condenar. sino a salvar.


3. a) A los primeros a quien Cristo Jesús quiere salvar en este Adviento es a nosotros mismos. Tal vez no seremos ovejas muy descarriadas, pero puede ser que tampoco estemos en un momento demasiado fervoroso en nuestro seguimiento del Pastor. Todos somos débiles y a veces nos distraemos del camino recto.


Cristo Jesús nos busca y nos espera. No sólo a los grandes pecadores y a los alejados, sino a nosotros, los cristianos que le seguimos con un ritmo más intenso, pero que también necesitamos el estímulo de estas llamadas y de la gracia de su amor. Somos nosotros mismos los invitados a confiar en Dios, a celebrar su perdón, a aprovechar la gracia de la Navidad. El que está en actitud de Adviento -espera, búsqueda- es Dios para con nosotros.


Y se alegrará inmensamente si volvemos a él.


b) Pero también nos enseñan estas lecturas a mejorar nuestra actitud para con los demás. ¿Ayudamos a otros a volver del destierro o del alejamiento a la cercanía de Dios? ¿estamos siendo en este Adviento, ya en su segunda semana, mensajeros de la Buena Nueva para con otros y pastores ayudantes del Buen Pastor? ¿sabemos respetar a los demás, esperarles, buscarles, ser comprensivos para con ellos, y ayudarles a encontrar el sentido de su vida? ¿tenemos corazón acogedor para con todos, aunque nos parezcan poco preparados, incluso alejados, como lo tiene Dios para con nosotros, que tampoco somos un prodigio de santidad?


Tal vez depende de nuestra actitud el que para algunas personas esta Navidad sea un reencuentro con Dios. Y no por nuestros discursos, sino por nuestra cercanía y acogida.


El profeta puede dirigirse a nosotros y decirnos: «Consolad, consolad a mi pueblo.


¡Grita! ¿Qué debo gritar? ¡Aquí está vuestro Dios!». Hoy las lecturas nos lo han gritado a nosotros. Ahora nosotros podemos ser heraldos de esperanza en medio de un mundo que no abunda precisamente en noticias buenas. Empezando por nuestra propia familia o comunidad.


c) En cada Eucaristía viene Cristo Jesús a nosotros. En la comunidad: «donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio»; en la Palabra que nos dirige: él mismo es la Palabra viviente de Dios que se nos da; en la Eucaristía de su Cuerpo y su Sangre, que son alimento de vida eterna. Ahí está condensada la razón de ser de nuestra confianza y de nuestra actuación misionera durante la jornada.




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