El hombre contemporáneo de la denominada “sociedad occidental” , al estar inserto en un mundo cada vez más “global” y con gran riqueza de comunicaciones, se ve requerido, como nunca se había dado en las generaciones precedentes, por una multiplicada cercanía de sus semejantes. Cada uno de nosotros comprende la enorme posibilidad que ello representa.
No obstante, al mismo tiempo constatamos que, de hecho, el hombre vive hoy en día una proximidad cada vez más ocasional a raíz de su incapacidad de establecer vínculos sólidos, o de su rechazo a establecerlos, y que tiende a perfilarse cada vez más como un sujeto autorreferencial que se individualiza y realiza a sí mismo.
Esta ausencia de vínculos estables lo hace cada vez más frágil y pone cada vez más a merced de los contextos en que se mueve. Lo vuelve cada vez más incapaz de discernir críticamente lo que conviene o no conviene a la dignidad de su mismo ser humano, cada vez más lanzado a sondear toda posibilidad útil que se le presente. Hoy en día el hombre ya no es capaz de formas de discernimiento que sobrepasen el corto aliento de lo útil o de lo inmediato: tiene una gran dificultad para conocer lo que conviene o lo que repugna a las peculiaridades que lo hacen genuinamente humano.
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