Que se vayan al Sahára

Aquí me parece que estamos confundiendo, de forma completamente deliberada, el trasero con las témporas en la cosa del respeto. Verán por qué saco hoy esto a colación.

El asunto viene a propósito de la letra del himno nacional español, inexistente de forma oficial. Fue bastante conocida la escrita nada menos que por José María Pemán en 1928 a petición de D. Miguel Primo de Rivera, y que no estaba nada mal, pero ya se sabe que algo de Pemán ha de ser por fuerza fascista, y, por tanto, inaceptable.

Tras varios intentos de dotar a nuestro himno de letra consensuada –nada más y nada menos-, en las últimas semanas se ha hecho conocida una versión cantada por Marta Sánchez. Pues vale.

Hace unos días en una de las innumerables tertulias televisivas que hablan de todo y donde todo el mundo pontifica con total intrepidez, se hablaba de la letra de Marta Sánchez como una posible versión que todos pudiesen aceptar. No es que sea especialmente brillante, aunque podría pasar. Pero alguien puso el veto definitivo: esa letra es imposible porque en ella aparece la palabra Dios y eso supondría ofender a los no creyentes.

A ver si yo me aclaro y de paso me disfrazo de San Esteban, por la que me pueda caer.

En esta supuesta democracia que dicen tenemos en España, resulta que habiendo un 70 % de creyentes en diversas religiones, mayoritariamente católicos, no se puede nombrar a Dios en público por riesgo de que un no creyente pudiera sentirse molesto. Aquí el primero que no se siente respetado es un servidor, que una cosa es que la religión católica sea obligatoria, que eso ya pasó a la historia, y otra muy diferente que lo religioso tenga que desaparecer completamente de la vida pública. Y si a alguien le entra una erisipela por escuchar la palabra Dios o ver un signo religioso en público, que se largue al Sahára.

Una España que no es que tenga un 70 % de creyentes, sino que posee una historia y una cultura del todo incomprensible sin la religión, especialmente la católica. Es que si alguien de verdad sufre como un endemoniado cualquiera ante la visión de la cruz o de cualquier signo que recuerde lo religioso, en España lo tiene crudo, porque sales de casa y te topas con un templo católico, escuchas las campanas, te cruzas con dos monjas por la calle, vives en la ronda de San Francisco y tu madre se llama María del Pilar. Algún día pedirán que las monjas salgan disfrazadas de lagarteranas por no ofender, con todo y eso que puede haber personas que sufran de lagarterofobia, en cuyo caso a ver qué hacemos.

No es que la palabra Dios tenga que desaparecer del himno, todo lo contrario. Un himno nacional español, con un 70 % de creyentes, y una cultura impregnada de fe católica, debería tener como obligatoria la palabra Dios.

Dicho esto, sea lo que Dios quiera, sin perdón. Porque ahora vendrán los nuevos civilizados recordándonos el horror del catolicismo en el mundo, porque no me negarán que una catedral, un monasterio, la salvaguarda de la cultura europea, o el hecho de que las naciones más solidarias y democráticas sean de cultura cristiana es algo profundamente equivocado, antidemocrático y fascista.

Lo curioso es que mucha de esta gente sigue confiando en un señor que no es que haya cambiado el pisito por un chalet de potentado y para más inri en un municipio gobernado por el PP, sino que además lleva como apellido algo tan profundamente repugnante como “Iglesias”. Si al menos fuera “Mezquitas"…

 

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