Oficio de lecturas - Domingo de la semana XVIII - Tiempo Ordinario



OFICIO DE LECTURA - DOMINGO DE LA SEMANA XVIII - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del primer libro de los Reyes     19, 1-9a. 11-21

EL SEÑOR SE MANIFIESTA A ELÍAS

    En aquellos días, Ajab refirió a Jezabel cuanto había hecho Elías y cómo había pasado a cuchillo a todos los profetas. Envió Jezabel un mensajero a Elías, diciendo:
    «Que los dioses me hagan esto y me añadan esto otro, si mañana a estas horas no te he puesto a ti como a uno de ellos.»
    Él tuvo miedo, se levantó y se fue para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su criado. É1 caminó por el desierto una jornada de camino, y fue a sentarse bajo una retama. Se deseó la muerte y dijo:
    ¡Basta ya, Señor! ¡Toma mi vida, porque no soy mejor que mis padres!»
    Se acostó y se durmió bajo una retama, pero un ángel lo tocó y le dijo:
    «Levántate y come.»
    Miró y vio a su cabecera una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a acostar. Volvió por segunda vez el ángel del Señor, lo tocó y le dijo:
«Levántate y come, porque el camino que te queda por andar es demasiado largo.»
    Se levantó, comió y bebió, y con la fuerza de aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, el Horeb. Allí entró en una cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra del Señor, que le dijo:
    «Sal y ponte en el monte ante el Señor.»
    Y he aquí que el Señor pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante el Señor; pero no estaba el Señor en el huracán. Después del huracán, sobrevino un temblor de tierra; pero no estaba el Señor en el terremoto. Después del temblor, vino fuego; pero no estaba el Señor en el fuego. Después del fuego, se percibió un murmullo ligero de una suave brisa. Al oírlo Elías cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo:
    «¿Qué haces aquí, Elías?»
    Él respondió:
    «Ardo en celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los hijos de Israel te han abandonado, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela.»
    El Señor le dijo:
    «Anda, vuelve por tu camino hacia el desierto de Damasco. Vete y unge a Jazael como rey de Aram. Ungirás a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel, y a Eliseo, hijo de Safat, de Abel-Mejolá, lo ungirás como profeta en tu lugar. Al que escape a la espada de Jazael lo hará morir Jehú, y al que escape a la espada de Jehú lo hará morir Elíseo. Pero me reservaré siete mil en Israel; todas las rodillas que no se doblaron ante Baal, y todas las bocas que no lo besaron.»
    Partió Elías de allí y encontró a Eliseo, hijo de Safat, que estaba arando. Había delante de él doce yuntas y él estaba con la duodécima. Pasó Elías jui to a él y le echó su manto encima. Eliseo abandonó los bueyes, corrió tras de Elías y le dijo:
    «Déjame ir a besar a mi padre y a mi madre y te seguiré.»
    Le respondió:
    «Anda, vuélvete, pero mira lo que he hecho contigo.»
    Volvió atrás Eliseo, tomó el par de bueyes y los sacrificó, asó su carne con el yugo de los bueyes y la repartió a sus gentes, que comieron. Después se levantó, se fue tras de Elías y entró a su servicio.

Responsorio     Cf. Ex 33, 22. 20; Jn 1, 18

R. Dijo Dios a Moisés: «Cuando pase mi gloria ante ti, te pondré en una hendidura de la peña, y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado; * pues nadie puede ver a Dios y seguir viviendo.»
V. Nadie ha visto jamás a Dios; el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer.
R. Pues nadie puede ver a Dios y seguir viviendo.


Año II:

Del libro del profeta Abdías     1-21

JUICIO CONTRA EDOM

    Visión de Abdías.
    Así dice el Señor a Edom: Hemos oído un mensaje del Señor, una embajada enviada a las gentes: «Alcémonos a luchar contra ellos.» Te he hecho pequeño entre las gentes, eres muy despreciado. La soberbia de tu corazón te ha seducido, habitas en las asperezas de las peñas, moras en la altura y piensas: «¿Quién podrá abatirme a tierra?» Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré -oráculo del Señor-.
    Si vinieran a ti salteadores o ladrones nocturnos, ¿no te robarían con medida? Si vinieran a ti vendimiadores, ¿no dejarían racimos? ¡Ay de Esaú, destruido! Lo han registrado, le han robado sus tesoros escondidos; te han empujado hasta la frontera tus aliados, tus amigos te engañan y te dominan. Los que comen tu pan te tienden trampas; pero él no comprende.
    Pues aquel día -oráculo del Señor-, destruiré a los sabios de Edom, a los prudentes del monte de Esaú. Temblarán tus soldados, Temán, y se acabarán los varones del monte de Esaú; por la violencia criminal contra tu hermano Jacob, te cubrirá la vergüenza y perecerás para siempre. Tú estabas allí presente el día que los extranjeros capturaban su ejército, y los extraños forzaban sus puertas, y echaban suertes sobre Jerusalén; tú eras como uno de ellos.
    No te alegres de ese día de tu hermano, del día de su desgracia; no te goces del día de Judá, del día de su perdición; ni hables alto el día de su angustia. No entres por las puertas de mi pueblo el día de la aflicción; no te complazcas de sus males el día de la, desgracia; no eches mano a sus riquezas el día de su calamidad. No aguardes junto, a las salidas para matar a los fugitivos; no vendas a los supervivientes el día de la desgracia.
    Se acerca el día del Señor contra todas las naciones; lo que hiciste te lo harán, tu paga caerá sobre tu cabeza. Como bebisteis en el monte santo, beberán todos los pueblos, uno tras otro. Beberán, se tambalearán, y serán como si no fueran. Pero en el monte de Sión quedará un resto, que será santo, y la casa de Jacob recobrará sus bienes. La casa de Jacob será un fuego, la casa de José una llama; la casa de Esaú será estopa, arderá hasta consumirse. Y no quedará superviviente en la casa de Esaú -lo ha dicho el Señor-.
    Poseerán el Negueb, el monte de Esaú, las colinas de Sefela y la tierra filistea; poseerán los campos de Efraím y de Samaria, de Benjamín y de Galaad. Y esos pobres desterrados israelitas serán dueños de Canaán hasta Sarepta; y los desterrados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán los poblados del Negueb. Después subirán vencedores al monte de Sión, para gobernar la montaña de Esaú, y el reino será del Señor.

Responsorio     Ab 3-4; Am 9, 1

R. La soberbia de tu corazón te ha seducido, habitas en las asperezas de las peñas, moras en la altura. * Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré.
V. No escapará ni un fugitivo; aunque perforen hasta el infierno, de allí los sacará mi mano.
R. Aunque te levantes como el águila y pongas el nido en las estrellas, de allí te derribaré.


SEGUNDA LECTURA

Comienza la carta llamada de Bernabé

(Cap. 1, 1-8; 2, 1-5: Funk 1, 3-7)

LA ESPERANZA DE LA VIDA, PRINCIPIO Y FIN DE NUESTRA FE

    Os saludo, hijos e hijas, con el deseo de la paz, en el nombre del Señor, que nos ha amado.
    Grandes y abundantes son los dones de justicia con que Dios os ha enriquecido; por esto, lo que hace, más que nada, que me alegre sobremanera es la dicha y excelencia de vuestras almas, ya que habéis acogido la gracia del don espiritual, que ha sido plantada en vosotros. Ello es para mí un motivo de mayor congratulación, ya que me da la esperanza de mi propia salvación, al contemplar cómo ha sido derramada en vosotros la abundancia del Espíritu que procede de la fuente del Señor. De tal modo me impresionó vuestro aspecto, para mí tan deseado, cuando estaba entre vosotros.
    Estando yo íntimamente persuadido y convencido de que, cuando estaba entre vosotros, os enseñé muchas cosas de palabra, ya que el Señor me acompañó en el camino de la justicia, me siento también impulsado a amaros más que a mi propia vida; grande, en efecto, es la fe y la caridad que habita en vosotros, por la esperanza de alcanzar la vida de Cristo. Todo esto me lleva a considerar que, si me tomo interés en comunicaros algo de lo que yo mismo he recibido, no me ha de faltar la recompensa por prestar este servicio a vuestras almas; por esto me he decidido a escribiros unas pocas palabras para que enriquezcáis vuestra fe con un conocimiento más pleno.
    Tres son las enseñanzas del Señor: la esperanza de la vida, principio y fin de nuestra fe; la justicia, principio y fin del juicio; la caridad, junto con la alegría y el gozo, testigo de que nuestras obras son justas. El Señor, en efecto, nos ha dado a conocer, por medio de los profetas, las cosas pasadas y las presentes, y nos ha dado también poder gustar por anticipado las primicias de lo venidero. Y al contemplar cómo todas estas cosas se van realizando a su tiempo, tal como él ha dicho, ello debe movernos a un temor de Dios cada vez más perfecto y más profundo. Yo, no en calidad de maestro, sino como uno más entre vosotros, os iré mostrando algunas cosas que os sirvan de alegría en la situación presente.
    Puesto que los días son malos y aquel que obra es poderoso, debemos investigar cuidadosamente, en provecho nuestro, los dones con que el Señor nos ha justificado. Ahora bien, lo que ayuda nuestra fe es el temor y la paciencia, y nuestra fuerza reside en la tolerancia y la continencia. Si estas virtudes perseveran santamente en nosotros, en todo lo que atañe al Señor, poseeremos además la alegría de la sabiduría, de la ciencia y del perfecto conocimiento.
    Dios nos ha revelado, en efecto, por boca de todos sus profetas, que él no tiene necesidad de sacrificios, holocaustos ni oblaciones, pues dice en cierto lugar: ¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros, corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos, más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas no los aguanto.

Responsorio     Ga 2, 16; Gn 15, 6

R. Sabemos que el hombre se justifica por creer en Cristo Jesús. * Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo.
V. Abraham creyó al Señor y le fue reputado por justicia.
R. Nosotros hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo.


La oración conclusiva como en las Laudes.

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