Oficio de lecturas - Sabado de la semana XVIII - Tiempo Ordinario



OFICIO DE LECTURA - SÁBADO DE LA SEMANA XVIII - TIEMPO ORDINARIO
De la Feria.

PRIMERA LECTURA

Año I:

Del segundo libro de los Reyes     4, 8-37

EL HIJO DE LA SUNAMITA

    En aquellos días, pasó Eliseo por Sunán. Había allí una mujer rica que le obligó a comer en su casa; después, siempre que él pasaba, entraba allí a comer. Un día, dijo la mujer a su marido:
    «Mira, ese que viene siempre por casa es un profeta santo. Si te parece, le hacemos en la azotea una habitación pequeña de tabique: le ponemos allí una cama, una mesa, una silla y un candil; y, cuando venga a casa, podrá quedarse allí arriba.»
    Un día que Eliseo llegó a Sunán, subió a la habitación de la azotea, y durmió allí. Después, dijo a su criado Guejazi:
    «Llama a la sunamita.»
    La llamó y se presentó ante él. Entonces, Eliseo habló a Guejazi:
    «Dile: "Te has tomado todas estas molestias por nosotros. ¿Qué puedo hacer por ti? Si quieres alguna recomendación para el rey o el general ..."»
    Ella dijo:
    «Yo vivo con los míos.»
    Pero Eliseo insistió:
    «¿Qué podríamos hacer por ella?»
    Guejazi comentó:
    «Qué sé yo. No tiene hijos y su marido es viejo.» Eliseo dijo:
    «Llámala.»
    La llamó. Ella se quedó junto a la puerta, y Eliseo le dijo:
    «El año que viene por estas fechas abrazarás a un hijo.»
    Ella respondió:
    «Por favor, no, señor, no engañes a tu servidora.»
    Pero la mujer concibió, y dio a luz un hijo al año siguiente por aquellas fechas, como le había predicho Eliseo. El niño creció. Un día fue adonde su padre, que estaba con los segadores y dijo:
    «¡Me duele la cabeza!»
    Su padre dijo a un criado:
    «Llévalo a su madre.»
    El criado lo cogió y se lo llevó a su madre; ella lo tuvo en sus rodillas hasta el mediodía, y el niño murió. Lo subió y lo acostó en la cama del profeta. Cerró la puerta y salió. Llamó a su marido y le dijo:
    «Haz el favor de mandarme un criado y una burra; voy a ir corriendo adonde el profeta y vuelvo en seguida.»
    Él le dijo:
    «¿Por qué vas a ir hoy a visitarlo, si no es luna nueva ni sábado?»
    Pero ella respondió:
    «Hasta luego.»
    Hizo aparejar la burra y ordenó al criado:
    «Toma el ronzal y anda. No aflojes la marcha si no te lo digo.»
    Marchó, pues, y llegó adonde estaba el profeta, en el monte Carmelo. Cuando Eliseo la vio venir, dijo a su criado Guejazi:
    «Allí viene la sunamita. Corre a su encuentro y pregúntale qué tal están ella, su marido y el niño.»
    Ella respondió:
    «Estamos bien.»
    Pero al llegar junto al profeta, en lo alto del monte, se abrazó a sus pies. Guejazi se acercó para apartarla, pero el profeta le dijo:
    «Déjala, que está apenada, y el Señor me lo tenía oculto sin revelármelo.»
    Entonces, la mujer dijo:
    «¿Te pedí yo un hijo? ¡Te dije que no me engañaras!»
    Eliseo ordenó a Guejazi:
    «Cíñete, coge mi bastón y ponte en camino; si encuentras a alguno, no lo saludes, y, si te saluda alguno, no le respondas. Y coloca mi bastón sobre el rostro del niño.»
    Pero la madre exclamó:
    «¡Vive Dios! Por tu vida, no te dejaré.»
    Entonces, Eliseo se levantó y la siguió. Mientras tanto, Guejazi se había adelantado y había puesto el bastón sobre el rostro del niño, pero el niño no habló ni reaccionó. Guejazi volvió al encuentro de Eliseo y le comunicó:
    «El niño no se ha despertado.»
    Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto tendido en su cama. Entró, cerró la puerta y oró al Señor. Luego, subió a la cama y se echó sobre el niño, boca con boca, ojos con ojos, manos, con manos, encogido sobre él; la carne del niño fue entrando en calor. Entonces, Eliseo se puso a pasear por la habitación, de acá para allá; subió de nuevo a la cama y se encogió sobre el niño, y así hasta siete veces; el niño estornudó y abrió los ojos. Eliseo llamó a Guejazi y le ordenó:
    «Llama a la sunamita.»
    La llamó, y, cuando llegó, le dijo Eliseo: «Toma a tu hijo.»
    Ella entró y se arrojó a sus pies postrada en tierra. Luego, cogió a su hijo y salió.

Responsorio     2R 4, 32. 33. 34; Mt 7, 8

R. Eliseo entró en la casa y encontró al niño muerto; cerró la puerta y oró al Señor * La carne del niño fue entrando en calor.
V. Todo el que pide recibe y el que busca halla y al que llama se le abrirá.
R. La carne del niño fue entrando en calor.

Año II:

Del libro del profeta Malaquías     3, 1-4, 6

EL DÍA DEL SEÑOR
    Esto dice el Señor:
    «Mirad, yo os envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí, y pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis: he aquí que viene -dice el Señor de los ejércitos-. ¿Quién podrá resistir el día de su venida?, ¿quién quedará en pie cuando aparezca?
    Será como un fuego de fundidor, como lejía de lavandero: se sentará como un fundidor que refina la plata, como a plata y a oro refinará a los hijos de Leví y presentarán al Señor la ofrenda como es debido. Entonces agradará al Señor la ofrenda de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, como en los años antiguos. Os llamaré a juicio: Seré un testigo exacto contra hechiceros y adúlteros, y contra los que juran en falso, contra los que defraudan el salario al obrero, oprimen viudas y huérfanos, y hacen injusticia al forastero, sin ningún temor de mí -dice el Señor de los ejércitos-.
    Yo, el Señor, no he cambiado, pero vosotros, hijos de Jacob, no habéis terminado. Desde los tiempos de vuestros padres os habéis apartado de mis preceptos y no los observáis. Convertíos a mí y me convertiré a vosotros -dice el Señor de los ejércitos-. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que nos convertimos? ¿Puede acaso un hombre defraudar a Dios?" Si vosotros me defraudáis a mí, y todavía andáis diciendo: ¿En qué te hemos defraudado?" En los diezmos y en los tributos sagrados. Habéis incurrido en maldición, pues toda la nación me defrauda.
    Llevad el diezmo íntegro al tesoro del templo, para que haya alimento en mi casa, y ponedme así a prueba -dice el Señor de los ejércitos-, a ver si no os abro las compuertas del cielo y no envío sobre vosotros bendición sin medida. Ahuyentaré de vosotros la langosta para que no destruya la cosecha ni despoje los viñedos. Todas las naciones os felicitarán porque seréis una tierra de delicias -lo dice el Señor de los ejércitos-.
    Vuestros discursos son arrogantes contra mí. Vosotros objetáis: "¿Cómo es que hablamos arrogantemente?" Porque decís: "No vale la pena servir al Señor; ¿qué sacamos con guardar sus mandamientos?, ¿para qué andar en duelo en presencia del Señor de los ejércitos? Al contrario: nos parecen dichosos los malvados; aun haciendo el mal les va bien, provocan a Dios y quedan impunes."
    Así hablaron entre sí los que temían a Dios. Pero el Señor puso atención y los oyó, y se escribió ante él un libro memorial en favor de los que lo temen y respetan su nombre. Serán ellos propiedad mía personal -dice el Señor de los ejércitos- en el día que yo preparo. Me compadeceré de ellos, como un padre se compadece del hijo que lo sirve. Entonces veréis la diferencia entre justos e impíos, entre los que sirven a Dios y los que no lo sirven. Porque mirad que llega el día, ardiente como un horno: malvados y perversos serán la paja, y los quemaré el día que ha de venir -dice el Señor de los ejércitos- y no quedará de ellos ni rama ni raíz.
    Pero a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos; vosotros saldréis brincando como terneros del establo. Pisotearéis a los malvados, que serán como polvo bajo las plantas de vuestros pies; el día en que yo actuaré -dice el Señor de los ejércitos-.
    Acordaos de la ley de Moisés, mi siervo, a quien yo prescribí en el Horeb preceptos y normas para todo Israel. Mirad, os enviaré al profeta Elías antes de que llegue el día del Señor, grande y terrible. Convertirá el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, para que no tenga que venir yo a destruir la tierra.»

Responsorio     Ml 3, 1; Lc 1, 76

R. Mirad, yo os envío a mi mensajero para que prepare el camino delante de mí. * Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.
V. Y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor a preparar sus caminos.
R. Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis, el mensajero de la alianza que vosotros deseáis.

SEGUNDA LECTURA

Del Tratado de san Ireneo, obispo, Contra las herejías
 (Libro 4, 17, 4-6: SC 100, 590-594)

YO QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS

    Dios quería de los israelitas, por su propio bien, no sacrificios y holocaustos, sino fe, obediencia y justicia. Y así, por boca del profeta Oseas, les manifestaba su voluntad, diciendo: Yo quiero misericordia y no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos. Y el mismo Señor en persona les advertía: Si hubieseis comprendido bien lo que quiere decir: «Yo quiero misericordia y no sacrificios», no habríais juzgado mal de los que no han cometido pecado alguno, con lo cual daba testimonio a favor de los profetas, de que predicaban la verdad, y a ellos les echaba en cara su culpable ignorancia.
    Y al enseñar a sus discípulos a ofrecer a Dios las primicias de su creación, no porque él lo necesite, sino para el propio provecho de ellos, y para que se mostrasen agradecidos, tomó pan, que es un elemento de la creación, pronunció la acción de gracias, y dijo: Esto es mi cuerpo. Del mismo modo, afirmó que el cáliz, que es también parte de esta naturaleza creada a la que pertenecemos, es su propia sangre, con lo cual nos enseñó cuál es la oblación del nuevo Testamento; y la Iglesia, habiendo recibido de los apóstoles esta oblación, ofrece en todo el mundo a Dios, que nos da el alimento, las primicias de sus dones en el nuevo Testamento, acerca de lo cual Malaquías, uno de los doce profetas menores, anunció por adelantado: Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos-, no me complazco en la ofrenda de vuestras manos. Desde el oriente hasta el poniente es grande mi nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y una oblación pura, porque mi nombre es grande entre las naciones -dice el Señor de los ejércitos-, con las cuales palabras manifiesta con toda claridad que cesarán los sacrificios del pueblo antiguo y que en todo lugar se le ofrecerá un sacrificio, y éste ciertamente puro, y que su nombre será glorificado entre las naciones.
    Este nombre que ha de ser glorificado entre las naciones no es otro que el de nuestro Señor, por el cual es glorificado el Padre, y también el hombre. Y si el Padre se refiere a su nombre, es porque en realidad es el mismo nombre de su propio Hijo, y porque el hombre ha sido hecho por él. Del mismo modo que un rey, si pinta una imagen de su hijo, con toda propiedad podrá llamar suya aquella imagen, por la doble razón de que es la imagen de su hijo y de que es él quien la ha pintado, así también el Padre afirma que el nombre de Jesucristo, que es glorificado por todo el mundo en la Iglesia, es suyo porque es el de su Hijo y porque el mismo, que escribe estas cosas, lo ha entregado por la salvación de los hombres.
    Por lo tanto, puesto que el nombre del Hijo es propio del Padre, y la Iglesia ofrece al Dios todopoderoso por Jesucristo, con razón dice, por este doble motivo: En todo lugar se ofrecerá incienso a mi nombre y tina oblación parra. Y Juan, en el Apocalipsis, nos enseña que el incienso es las oraciones de los santos.

Responsorio     Cf. Lc 22, 19.20; Pr 9, 5

R. «Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; - ésta es la sangre de la nueva alianza que será derramada por vosotros», dice el Señor. * Cuantas veces lo toméis, hacedlo en memoria mía.
V. Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado.
R. Cuantas veces lo toméis, hacedlo en memoria mía.
  
Oración
Señor, danos tu misericordia y atiende a las súplicas de tus hijos; concede la tranquilidad y la paz a los que nos gloriamos de tenerte como creador y como guía, y consérvalas en nosotros para siempre. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.

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